¿Qué es este fuego que te oprime la garganta? ¿Qué es? ¡Joder! ¿QUÉ ES?
Te ahogas, te falta el aire. Estómago que se retuerce haciéndote sentir que las entrañas se te escapan despacito por los ojos, goteando, chorreando por tus mejillas. Sentir que la cabeza te estalla, que ya no piensas en nada, sólo bajas la mirada al andar.
Esas sensaciones. Si somos puta química. ¿Conexiones cerebrales causándo tal malestar?
Andando, en el autobús, imaginas estupideces, cosas que no pasarán. Música, hablar de problemas ajenos, un polvo, cualquier cosa. La marihuana te vendrá bien. Cervecitas cuando puedes. Te llegas incluso a reír. Normalmente te apalancas, al menos puedes dormir. Cualquier cosa es válida. Cualquier cosa que evite lo inevitable. Cualquier cosa que aplace el momento en el que sentirás los cien mil cables eléctricos resquebrajados, chispeantes, a punto de estallar, que van desde tu estómago a tu garganta. Que sobresalen por la boca, que te presionan en la faringe. Que estallan y queman y crean lava de bilis recorriendo tu ser sin cesar. Cualquier cosa es buena, ya digo, para no pensar.
Desrealización, como siempre. Tirando la única vida que tienes por falta de voluntad.
Despiertas sobre las 5, remoloneas hasta las 10. Tan mal por las cien mil cosas que deberías hacer, que necesitas descansar para reponer fuerzas. Tal es el peso de tu agobio, tanto te agota. Puede contigo, te hunde. Te sientes caer, no hablas, no comes mucho, de atracón en atracón.
Te saltas comidas o te hinchas hasta que estallas. Y te revienta eso. La comida, también te servirá, también aplaca la ansiedad. Consumir y consumir imágenes absurdas y vacías a través de la televisión. Algo que nunca hacías, otra cosa más que reprocharte.
Porque tú eras? Porque no debiste haber hecho aquello, pero sí lo de más allá?
Y a cada reproche te vas deshaciendo, te vas licuando. Poco a poco. Líquido espeso, papilla, chorretones. Poco a poco. De la cabeza a los pies. Licuándote, filtrándote por cualquier sucia alcantarilla. Como si tu cuerpo buscase entremezclarse con las aguas fecales de toda la ciudad, como si buscase sentirse parte de algo. Donde la inferioridad no cupiese, donde todo fuese igual. Unirse con aquello con que se identifica, con eso que crees que eres. Con la mierda, con cómo te sientes. Y vas chorreando, despacio, plof, plof, polf. Goterones redondos, gordos, espesos, caen de tu cara al suelo. O resbalan por tu cuerpo, hasta tus piernas y pies. Se deslizan por la tierra. Plof, plof, plof. Pedacitos de entraña, de piel, de órgano. Pedacitos cubiertos de angustia. Espesos, asfixiantes. Plof, plof. Resbalando por las rejas desgastadas de la alcantarilla de la carretera más sucia del rincón más recóndito del callejón más angosto de la ciudad. Plof, plof. Cayendo del suelo al fondo. Plof, plof. La mierda a la mierda. La vuelta al origen. Que todo es un ciclo, que todo vuelve a su lugar. Circular.
¿Cuándo olvidarás el pasado? Dime.
¿Cuándo lo olvidarás?
Culpabilidad
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