Era invierno en el día y en tu cara,
llegaste a mí fría y pálida,
"me siento sola a tu lado", me dijiste
mientras contenías las lágrimas.
Me pusiste mil excusas, dijiste que me dejabas,
y yo guardé silencio y te acompañé a tu casa
sin ver que entre tantas excusas
algo más importante palpitaba.
Y no supe traducir las lágrimas de tus ojos
y entender así que mentían tus palabras;
que te temblaban las manos, y en silencio, susurrabas:
"no me marcharé si me dices que me amas".
Ojalá te hubiese abrazado, pequeña niña asustada,
suplicándote "intentaré hacerte feliz, pero no te vayas",
pero este pobre estúpido guardó silencio.
Dime por qué remo ahora, si ya no hay agua.
Me quedé callado y me di cuenta tarde,
cuando ya no estabas en mi cama,
cuando te habías desvanecido
como la neblina de la mañana.
Cae la tarde y te veo pasear a mi lado
como una princesa de plata,
como una niña risueña
como un ángel de alas blancas,
y pienso: "pude tenerla",
y se me cae a pedazos el alma
al pensar que te vi marchar
y yo no hice nada.
Y mírame, pudriéndome ahora que me faltas,
consumiéndome en la rabia de soñar
con tus ojos silenciosos susurrando:
"no me marcharé si me dices que me amas".
"No me marcharé si me dices que me amas"
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