Una historia triste

Poesía y relatos.
David_pek21
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Una historia triste

Mensajepor David_pek21 » Dom Ene 22, 2006 10:28 pm

En la sombra conjugaban sus alientos recordado un pasado perfecto que ahora, pasados los años, se había agriado por la inevitable falta de perspectivas de futuro. El de ella con toda la vida por delante, para, si las cosas saliesen mal, volver a intentarlo; el de él, ya caduco y marchito, anclado en un sedentarismo que tornó la relación insoportable.
Mientras los transeúntes pasaban, el aire, tibio y gris, húmedo, los envolvió en un halo de tristeza que convirtió la esperada pasión en despedida. Las pulsaciones aceleradas, trepidantes, marcando un ritmo prohibido para el que no estaban preparados, dieron paso a un exceso de amargura que desbordó en forma de lágrimas sordas que supieron acompañar los últimos te quiero.

La mirada atrás de ella se le negó a su última esperanza, como por miedo a convertirse en estatua de sal, como si temiese diluir su decisión en esa fatal y lluviosa tarde de invierno. Vagó por interminables calles de inocentes almas que nada sabían de ese sufrimiento, navegó por un mar de sombras que no se entendían con la suya, que hicieron de su tristeza algo más sombrío.

El alcohol se desperezó en su corazón de nuevo, los viejos años regresaron a su mente, y en poco más de un mes volvería a ser aquel que siempre hubo sido, es, y será, carne de barra, carne ce club, carne que paga por las condolencias de otros iguales a él.

Los años pasaron hasta esa última mañana; esa, en la que con aliento nocturno de vómito, sed, y desesperanza, con la decisión de aquel que no tiene nada que perder, de aquel que se siente sólo, aquel a quien persigue su propia sombra, los recuerdos, los sueños perdidos; entró en el baño.

Navaja afilada en mano y botella amiga en la otra, introdujo su figura que se intuía a través del vaho del espejo,en las tibias aguas de su bañera mugrienta. Ligeros hilos de agua se deslizaban por su casposo cabello plateado, mientras que duros ríos de ginebra destruían su garganta por última vez. Con el impulso alcohólico que marcó sus idas y venidas por las noches de la ciudad se rajó las venas guiñándole un ojo a su suerte esquiva, guiñándole el otro a la vida, y deseándole lo mejor a aquella única mujer que había alegrado su triste existencia. Las aguas, claras, se tiñeron de su vida. Las aguas se tornaron rojas y su futuro, como se preveía, negro.

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