La historia es simple.
Un militar retirado tiene una hija de profundos ojos celestes. El militar retirado se llama Fermín y su hija: Ella.
Ella va a un colegio de curas agustinos y aquí es donde empieza la historia ?simple?.
Yo voy al mismo colegio pero hay una diferencia, nunca creí en Dios. ¿Ella sí?
Cuando la vi, sus ojos estaban inflamados de inocencia. Calmos. Secos. Hostiles. Después de casi quince años los recuerdo tan nítidos y escalofriantes como en aquél momento.
Ella usaba una pollera gris por arriba de las rodillas y sus pechos son amplios y casi perfectos.
Nos besamos, muchos meses después en la casa de su hermana. Pero como dije: la historia es simple.
Ella quedó embarazada y la sutileza del amor se transformó en odio. Yo pensaba que hacer el amor era más simple que mi historia, pero el descuido nos costó una vida.
Ella abortó y no la acompañé. Esto no implicó un rechazo ante la decisión, sino una de mis primeras estupideces. Esa tarde preferí rendir un examen de biología. Pero, repito, la historia es simple y aquí no cuido las palabras y las reglas del lenguaje. No me interesa. Nada me duele más que un pasado inmodificable. Pero a quién le pueden interesar éstas boberías. Sólo al diablo y a las botellas.
Ella me llamó por teléfono y dijo que tenía miedo. Después fue al baño, goteaba sangre con restos de piel. Disimuló ante la familia, sonrió a quien tuvo que sonreír. Pero cada gesto abría una herida irreparable. Ésa noche durmió abrazada a su almohada.
Al día siguiente se levantó hinchada, las puntadas le llegaban hasta la frente; algo seguía llorando. Algo...
Ella dejó de ser ella. Fue y es una mujer. Nos encontramos y dijo que me amaba.
No pude entender más el color de sus ojos. Pero a quién le pude importar la sordera de un adolescente de 17 años. Sólo al diablo y a las botellas.
Nos besamos pero sus labios eran agrios; ella me preguntó si el amor era un juego o una venganza. Pero esta historia es simple y las cosas simples no tienen respuestas.
Empecé a trabajar para devolver el dinero que tuvimos que pedir prestado. Era un
vendedor de ropa femenina caminando por un salón iluminado de esperanza. Ella alguna vez me fue a buscar. Fueron pocas. Las suficientes para cargar con la tristeza de nuestro encuentro eternamente. El dinero jamás lo junté. Sólo una parte. Lo demás sigue en ella y en el rencor.
Después de quince años lo escribo para no olvidarlo nunca.
Ella me dijo que se mudaba a Córdoba y que el amor puede viajar no sé cuantos kilómetros para darse un beso. Y así fue. Claro que sí. Ella allá era feliz.
En un viaje a Buenos Aires nos encontramos y me dijo que se iba a Londres a perfeccionar su ?inglés?. Me acarició -en la plaza de la barranca donde nos dimos el primer beso- y me dijo-dentro de sus ojos calmos- ?siempre te voy a amar?
Intentamos volver a la cama pero ella no era ella y todo lo demás es tan simple que no necesita mayor explicación.
Traté de comunicarme a Inglaterra pero nunca sucedió así. Esté va a ser un rasgo característico de mi vida: los desencuentros.
Ella creía en el amor y en la palabra amor. Su voz era tan de ella que es imposible olvidarla.
Nunca más nos vimos o hablamos. En su cumpleaños-no recuerdo cuál- la llamé y me pidió que nunca más lo haga.
Después de quince años lo escribo. No sé por qué. Será que ésta noche el frío y Buenos Aires planean algo. ¿Quién lo sabe? Sólo el diablos y las botellas. ¿Alguien más?
Pero necesito escribirlo para confesar la bajeza y la torpeza, la falta de valor y la cobardía. Es algo que nunca lo voy a poder olvidar.
Una tarde caminábamos abrazados y pensé que el universo era nuestro. Después se abren las grietas y los techos nos aplastan. Después no hay perdón, hay tristeza.
Pero dije que la historia era simple y así lo es.
Ésta noche es un pozo. Un vaso. Y un adiós.
La piedra en el charco
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