
Sola en casa, y sólo una luz encendida; no le vio entrar. Un hombre vestido de negro se acercó desde atrás sin hacer ruido, la agarró con fuerza y le tapó la boca para evitar que gritara. Ella sintió una mano en su boca y un metal frío rozando su cuello. Comprendiendo la situación, no se resistió y se dejó llevar hasta la habitación, donde el hombre le vendó los ojos y la tumbó en la cama. Ella se quedó quieta, esperando lo inevitable, temblorosa por el frío.
Con mucha calma, él buscó en sus bolsillos y sacó cuatro lazos de tela con los que fue atando firmemente cada una de sus extremidades a la cama. Una vez atada, tumbada en cruz, él buscó unas tijeras, y lentamente comenzó a cortar la ropa de la mujer. Su vello se iba erizando en todo el cuerpo conforme iba sintiendo el aliento cálido de él.
Se detuvo, y la dejó allí sobre la cama, ahora desnuda. Sin prisa, se acercó a la cocina y buscó algo de beber. El vino sabe mejor cuando estás así de excitado. Volvió con ella, que seguía desnuda y estática sobre la cama, sin poder moverse. Él se quitó la ropa y se tumbó despacio sobre ella. Recorrió cada milímetro de piel tocándola sólo con su boca, y a cada roce, el temblor helado de antes se volvía sudor y deseo, y una vez desaparecido totalmente el frío, ambos se contoneaban al ritmo del paso lento del reloj de la pared. A veces aún sentía el metal en su cuello, cuando su cabeza se movía hacia atrás, dejándose llevar por el éxtasis del momento.
La acariciaba y ella se estremecía más y más, la dominaba y ella se resistía a pedirle más... la poseía y ella explotaba en una excitación total y un grito apagado por la mordaza.
Quedaron los dos tumbados, él sobre ella, respirando extasiados boca sobre boca. Le desató los pies y una mano, y volvió a tumbarse sobre ella.
Ella se quitó la venda de los ojos con la mano libre, y tras una mirada esquiva por la habitación para hacerse a la luz tenue de la habitación, le miró a la cara, le cogió el cuello por la nuca y acercándole hacia ella, le besó. Después se tocó el cuello, y pudo tocar el collar de plata que él le había puesto minutos antes. Ya no helaba.
- Me encanta - dijo ella.
- Feliz aniversario - contestó él.