El experimento. Dans Experiment.

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Boom Boom Chip
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El experimento. Dans Experiment.

Mensajepor Boom Boom Chip » Sab Ene 15, 2005 10:45 pm

Hola buenas noches.


Bueno, se han colgado muchos mensajes sobre esta película alemana, si habéis vistos los extras del DVD, veréis que hay información sobre el experimento real, aunque no son demasiados datos.
Para los interesados, cuelgo el informe sobre el experimento REAL, no es un informe científico, es divulgativo para una revista de entonces, es comprensible.


Aquí va, es muy interesante:



Sentimos nuestro poder más nítidamente cuando quebramos el espíritu de una persona
que cuando conquistamos su corazón

Eric Hoffer. The Passionate State of Mind (1.954)



En una mañana de domingo del mes de agosto varios coches de la policía se
adentraron en Palo Alto haciendo sonar sus sirenas. La policía efectuó la detención de
varios estudiantes universitarios de primeros años de carrera en lo que parecía ser una
detención colectiva. A cada sospechoso se le acusó de realizar actividades delictivas, se
lo cacheó, esposó y arrojó en el interior del vehículo policial y se lo llevó a comisaría
para su identificación.
En algunos casos, vecinos curiosos que fueron testigos de las detenciones
expresaron su simpatía y preocupación a las familias de estos desafortunados jóvenes.
La madre de un estudiante universitario de 18 años que había sido detenido por atraco a
mano armada manifestaba sobresaltada: ?Tuve la impresión de que mi hijo había hecho
algo malo porque la policía vino a buscarlo?.

Después de haber tomado sus huellas digitales y los datos pertinentes para
enviarlos al archivo central, cada prisionero fue encerrado en una celda aislada y
después de un rato, y tras haberle vendado los ojos, fue conducido a la ?Prisión del
Condado de Stanford?. En ella comenzó el proceso de convertirse en prisionero. A cada
prisionero se lo desnudó, registró, desinfectó y se le entregó un uniforme, toalla, jabón y
un lecho.

En las últimas horas de la tarde, cuando ya se habían consumado nueve
detenciones, estos jóvenes que habían cometido su primer delito estaban sentados,
aturdidos y silenciosos, en los catres de sus enrejadas celdas tratando de dar sentido a
los inesperados sucesos que habían transformado sus vidas en una forma tan llamativa.
Algo extraordinario estaba ocurriendo. No eran los procedimientos rutinarios de la policía
ni las detenciones, que se llevaron a cabo con la fría eficacia habitual ni el hecho de ser
encarcelado tras barrotes metálicos en unas celdas que había que compartir con un
excesivo número de personas, por lo demás, completamente desconocidas. Había algo
que no encajaba, algo que obligaba a cada prisionero a preguntarse a qué tipo de cárcel
había ido a parar y a qué tipo de experiencias se vería expuesto antes de ser finalmente
liberado o trasladado a otra cárcel.



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Estas personas formaban parte de un tipo especial de prisión, en concreto, una
prisión experimental o simulada, creada por unos psicólogos sociales con el propósito de
estudiar intensivamente los efectos del encarcelamiento sobre sujetos voluntarios.
Cuando planeábamos las dos semanas de vida de prisión simulada, lo que nos
preocupaba primordialmente era la comprensión del proceso mediante el cual las
personas se adaptan a una situación nueva y extraña en la que los
llamados ?prisioneros? pierden su libertad, sus derechos, su independencia y su intimidad
mientras que los así llamados ?guardias? obtienen poder social aceptando la
responsabilidad de controlar y manejar las vidas de las personas que son puestas a su
cargo y que dependen de ellos.

La decisión de investigar estos temas y otros relacionados con ellos en el contexto
de una prisión simulada en lugar de hacerlo en una real se basó en dos premisas. Los
sistemas penitenciarios son fortalezas cerradas, no accesibles a una observación
imparcial y, por lo tanto, inmunes a un análisis crítico proveniente de alguien que no
forme parte de la autoridad del centro. Es virtualmente imposible, incluso para los
comités de investigación del Congreso, conseguir acceso total y sin limitación de tiempo
a las actividades cotidianas de la prisión. La probabilidad que tienen los ciudadanos
individuales de conseguir tal acceso es considerablemente menor.

En segundo lugar, en una prisión real es imposible separar lo que el individuo trae
a la prisión de lo que la prisión produce en él. Por ejemplo, al observar un determinado
acto de violencia o de brutalidad en la prisión, es imposible determinar si ha de ser
atribuido a algún aspecto de la situación o a las características ya existentes de la
personalidad de la población especial de los que se convierten en prisioneros o guardias.

Al poblar nuestra prisión simulada con un grupo completamente homogéneo de
individuos que eran normales en una serie de dimensiones de personalidad, estábamos
mejor preparados para evaluar el impacto de unas fuerzas situacionales extremas sobre
la conducta resultante, controlando el posible influjo contaminante de rasgos crónicos de
personalidad usados comúnmente para explicar los incidentes en las prisiones.

Nuestra muestra final de participantes (10 prisioneros y 11 guardias) fue el
resultado de una selección a partir de una muestra inicial de 75 voluntarios reclutados
mediante anuncios en periódicos de la ciudad y de la universidad. Los aspirantes eran en
su mayoría estudiantes universitarios de Estados Unidos y Canadá, que casualmente
estaban en el área de Stanford durante el verano y cuya motivación se explicaba por los
15 dólares diarios que se les ofrecía por participar en un estudio sobre la vida dentro de
la prisión. Todos los solicitantes fueron sometidos a una entrevista clínica en profundidad
y cumplimentaron un extenso cuestionario sobre diversos aspectos de su vida y sólo se
seleccionaron aquellos a los que se juzgó, más allá de toda duda razonable, como
estables emocionalmente, sanos físicamente y respetuosos de la ley.

Esta muestra de estudiantes universitarios varones de clase media, de raza blanca
(sólo había un oriental), se dividió entonces de forma arbitraria en dos subgrupos
mediante el lanzamiento de una moneda al aire. Se asignó a la mitad aleatoriamente a
desempeñar el papel de guardias y a la otra mitad el de prisioneros. Por lo tanto, no
existían diferencias mensurables entre guardias y prisioneros al comienzo del
experimento. Aunque al principio se avisó a todos que el desempeño del papel de
prisionero traería consigo la pérdida de intimidad y de sus derechos de ciudadano y que
podrían ser sometidos a un trato violento, todos los sujetos estaban convencidos
plenamente de su capacidad para soportar todo lo que la prisión pudiese ofrecer en un
periodo experimental de dos semanas. Armados con esa ilusión de vulnerabilidad y
autonomía personal, todos los sujetos consintieron sin asomo de duda en firmar su
permiso para participar. Es importante anotar, aunque sea de pasada, que la motivación
que guiaba a estos sujetos a formar parte de esta prisión simulada es parecida a la que
guía a otros hombres hacia las prisiones reales: la oportunidad de conseguir dinero de
forma fácil.

Lo más sorprendente del resultado de la experiencia de esta prisión simulada fue
la facilidad con que se puede provocar una conducta sádica en jóvenes totalmente
normales y el contagio de una patología emocional entre aquellos que precisamente
habían sido seleccionados con todo cuidado por su estabilidad emocional. Quizá fue más
asombroso todavía para nosotros la extrema permeabilidad de las fronteras entre la
realidad y la ilusión, entre la propia identidad y el rol situacional. Lo que comenzó siendo
un simple ejercicio académico se convirtió en una fuerza de proporciones monstruosas,
produciendo unas consecuencias impredecibles en todos aquellos que entraron dentro de
los muros de esta prisión especial. Sin embargo, como todo esto es adelantar
acontecimientos, volvamos a la historia presentando la bienvenida del guardia a los
nuevos internos:



Como ya sabreis probablemente, yo soy vuestro guarda. Todos vosotros habeis
demostrado que sois incapaces de funcionar en el mundo exterior por una razón u otra.
Es decir, que careceis de la responsabilidad que caracteriza a los ciudadanos de este
gran país. Nosotros, los de la prisión, el personal correccional, os vamos a ayudar a
aprender cuáles son las responsabilidades de los ciudadanos de este país. Aquí teneis las
reglas. Dentro de poco habrá una copia de ellas en cada una de las celdas. Esperamos
que las sepais y que seais capaces de decirlas de memoria. Si seguis todas estas reglas
y manteneis limpias vuestras manos, si os arrepentis de vuestras malas acciones y
mostrais una actitud de penitencia, nos vamos a llevar de maravilla.
Seguía aquí la lectura de las 15 reglas básicas de la conducta del prisionero (que
habían compilado el guardia y su plantilla de oficiales correccionales):

Uno: los prisioneros tienen que permanecer silenciosos durante los periodos de
descanso, después de apagar las luces, durante las comidas y siempre que estén fuera
del patio de la prisión.
Dos: los prisioneros tienen que comer en las comidas y solo en las comidas.

Tres: los prisioneros no podrán conspirar, dañar las paredes, los techos, las ventanas,
las puertas o cualquier otra propiedad de la prisión?.

?.

Siete: los prisioneros se dirigirán uno a otro solo por su número de identificación.

Ocho: los prisioneros se dirigirán a los guardas como ?Sr. Oficial correccional..?

?

Dieciseis: la desobediencia a cualquiera de las reglas anteriores resultará en un castigo.

La prisión se construyó físicamente en los bajos de la Universidad de Stanford,
desierta tras el final de los cursos de verano. Un largo pasillo se convirtió en el ?patio? de
la prisión levantando un muro en cada uno de sus extremos. Tres pequeñas salas de
laboratorio que daban a este pasillo se convirtieron en celdas; se cambiaron las puertas
originales; en lugar del mobiliario primitivo se colocaron tres catres en cada celda. Las
oficinas que había al lado para el jefe de guardias (Jaife) y el Superintendente
(Zimbardo). Una cámara de televisión oculta y varios micrófonos también ocultos
grabaron gran parte de las interacciones verbales y no verbales entre guardias y
prisioneros. El entorno físico era tal que los prisioneros siempre podían ser observados
por el personal, siendo la única excepción los casos en que se colocaba a un prisionero
en un confinamiento solitario (una especia de trastero, pequeño y oscuro,
denominado ?el agujero?).

Nuestra prisión simulada representó un intento de simular funcionalmente algunos
de los aspectos significativos del estado psicológico del encarcelamiento. No intentamos
generar una simulación literal de los detalles de la prisión ?real? ni sus procedimientos
habituales de actuación. Más bien, nuestra preocupación primordial era conseguir
algunos efectos psicológicos equivalentes, por encima de las diferencias entre la forma y
la estructura de los procedimientos habituales utilizados en nuestra prisión o los que se
utilizan en las prisiones reales.

Los prisioneros ?reales? informan por lo general de un sentimiento de ausencia
total de poder, de sentirse arbitrariamente controlados, dependientes, frustrados,
anónimos, deshumanizados, castrados. No es posible, ni pragmática ni éticamente, crear
estos estados crónicos en sujetos voluntarios que saben perfectamente que están en un
experimento que dura un corto periodo de tiempo. El racismo, la brutalidad física, el
confinamiento indefinido y la homosexualidad forzosa no constituían aspectos de nuestra
prisión simulada. En su lugar, creamos manifestaciones simbólicas de aquellas variables
que se suponían fundamentales en la experiencia de ser encarcelado.

Se fomentó la anonimidad por medio de una variedad de procedimientos
tendentes a minimizar las características personales de los prisioneros y su anterior
identidad. Los uniformes, los números de identificación, las gorras y el haber sido
despojados de todos sus efectos personales y alojados en celdas con barrotes, todo ello
hizo que los sujetos pareciesen muy similares unos a otros y a menudo imposibles de
distinguir para observadores extraños. A la vez esto les impuso a la fuerza una identidad
situacional de grupo de ?prisioneros?. El tener que llevar una especie de guardapolvos,
similar a un vestido de mujer, y sin ropa interior hizo que los prisioneros tuviesen menos
libertad en la realización de sus acciones físicas y que se moviesen en forma más
femenina que masculina. El forzar a los prisioneros a obtener permiso para actividades
rutinarias simples tales como escribir cartas, fumar un cigarrillo e incluso ir al servicio
provocó en los primeros una dependencia infantil.

También los guardias estaban ?desinvidualizados?, por el hecho de llevar uniformes
kakis idénticos y gafas de sol con cristales reflectantes que hacían imposible el contacto
visual. Sus símbolos de poder eran porras, silbatos, esposas y las llaves de las celdas y
de la ?entrada principal?. Aunque no preparamos formalmente a los guardias para su
papel, en la inmensa mayoría de los casos no tuvieron mayores dificultades para
adaptarse a él. Las películas, la TV, las novelas y el resto de los medios de
comunicación les habían proporcionado un buen número de modelos de guardias de
prisión a los que emular. De la misma manera que los oficiales ?correccionales? reales
sometidos a las mismas influencias culturales, nuestros guardias simulados tenían
disponibles modelos de conducta de guardia sobre los que podían improvisar
desempeños de rol. De la misma forma también, nuestros prisioneros simulados habían
aprendido en cierta medida de los medios de comunicación y habían seleccionado las
experiencias vitales que eran adecuadas reacciones de prisionero.

Dado que estábamos tan interesados en la conducta de los guardias como en la de
los prisioneros, se les concedió una considerable libertad de improvisación para
desarrollar las estrategias y tácticas de trato de prisioneros. La mayor parte del tiempo
los guardias y los prisioneros interactuaban en el patio solos y sin la presencia de
personas de mayor status. A los guardias se les dijo que tenían que mantener la ?ley y el
orden? en esta prisión y que serían responsables de la solución de todos los problemas
que pudiesen surgir y se les advirtió de la gravedad de los peligros que conllevaba la
situación en la que iban a entrar. Sorprendentemente en la mayoría de los sistemas
penitenciarios, los guardias ?reales? no reciben una preparación psicológica o una
formación mucho más adecuada que ésta para uno de los trabajos más peligrosos,
complejos y exigentes que nuestra sociedad puede ofrecer. Se espera que aprendan
cómo ajustarse al nuevo empleo sobre todo a partir de la experiencia en el trabajo y a
partir de contactos con los ?viejos lobos? durante un periodo de orientación que es una
auténtica supervivencia del más apto.

La interacción simbólica entre guardas y prisioneros requiere que cada uno
desempeñe su propio rol y que obligue a los demás a desempeñar el suyo de una forma
adecuada. Nadie puede ser un prisionero si nadie quiere ser su guarda, y nadie puede
ser un guarda si nadie lo toma a él o a su prisión en serio. Por lo tanto, a lo largo del
tiempo se desarrolló una pervertida relación simbólica. A medida que los guardias se
volvían más agresivos, los prisioneros se volvían más pasivos; la autoaserción en los
guardas se reflejaba en la dependencia de los prisioneros; el autoengrandecimiento se
correspondía con la autohumillación, la autoridad con la falta de poder y la contrapartida
del sentido del dominio y control de los guardas era la depresión y la desesperanza que
se apreciaban en los prisioneros. A medida que estas diferencias en conducta, en talante
y en percepción comenzaron a ser evidentes para todos, la necesidad de que los
guardas, ya ?justamente? poderosos, dominasen a los inferiores e impotentes internos se
convirtió en una razón suficiente para apoyar cualquier otra indignidad del hombre
contra el hombre.


GUARDA K: Durante la inspección me fui a la celda 2 para ordenar el lío que el
prisionero había hecho en la cama y él me agarró gritándome que lo había hecho y que
no estaba dispuesto a permitir que yo lo arreglase? Me cogió por el cuello y, aunque yo
me reía, lo cierto es que consiguió asustarme de veras. Lo empujé hacia atrás
golpeándolo con la porra en la mejilla aunque no muy fuerte y cuando me zafé fui presa
de una fuerte irritación. Ardía en deseos de volver a la celda y de tener un
enfrentamiento con él, ya que me atacó cuando estaba desprevenido.
GUARDA M: Yo estaba sorprendido de mí mismo?Hice que los prisioneros se llamasen
unos a otros por sus nombres y luego los obligué a limpiar los retretes con las manos.
Prácticamente los llegué a considerar como ovejas y estaba continuamente
persuadiéndome de que tenía que vigilarlos estrechamente para impedir que llevasen a
cabo sus maquinaciones.

GUARDA A: Estaba harto de ver a los prisioneros tendidos en sus catres y de soportar el
peculiar olor corporal que despedían en sus celdas. Los veía discutir entre ellos por
órdenes que nosotros les habíamos dado. Desde luego no los consideraba como un
experimento. Era algo real y ellos luchaban por mantener su identidad. Sin embargo, allí
estábamos nosotros para demostrar claramente quién era el que mandaba.


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Dado que el primer día transcurrió sin que ocurriese ningún incidente, nos
sorprendió y nos pilló desprevenidos la rebelión que se produjo durante la mañana del
segundo día. Los prisioneros se despojaron de sus gorras, descosieron sus números y
levantaron barricadas dentro de las celdas poniendo sus camas detrás de las puertas. El
problema que se nos planteaba era qué hacer frente a esta rebelión. Los guardias
también estaban bastante alterados porque los prisioneros comenzaron a reírse y a
burlarse de ellos en su cara. Cuando llegó el turno de guardias de la mañana se irritaron
contra los del turno de noche por haber sido tan permisivos y blandos y por haber
consentido que la rebelión hubiera llegado a producirse. Los guardias tenían que
enfrentarse solos a la rebelión y fue sorprendente ver las acciones que emprendieron.

Lo primero que hicieron fue llamar refuerzos. Los dos guardias que estaban de
retén en sus casas vinieron y el turno de noche se ofreció voluntariamente a permanecer
en su puesto (sin paga extra) para apoyar el turno de mañana. Los guardas, tras una
deliberación decidieron oponer su propia fuerza a la fuerza de los prisioneros.
Consiguieron un extintor de dióxido de carbono que lanzaba un chorro helado y con él
obligaron a los prisioneros a retroceder en las puertas, entraron a continuación en cada
celda, desnudaron a los prisioneros, sacaron fuera, los catres, pusieron los líderes en
celdas de castigo (confinamiento solitario) y comenzaron a molestar e intimidar a los
prisioneros.

Después de aplastar la revuelta, los guardias decidieron prevenir otras posibles
creando una celda privilegiada para los que fuesen ?buenos prisioneros?, y luego sin
explicación trasladaban a ellas a algunos de los cabecillas y a los buenos los pasaban a
las de castigo. Los líderes de los prisioneros no podían confiar e estos nuevos
compañeros de celda porque no se habían unido a la revuelta e incluso podían ser
soplones. A partir de entonces los prisioneros nunca actuaron unidos contra el sistema.
Uno de los líderes de la revuelta de los prisioneros confesaba más tarde:


Si nos hubiésemos mantenido unidos, creo que habríamos dominado la situación.
Sin embargo, cuando vi que la revuelta no funcionaba decidí ajustarme al sistema. Todo
el mundo hizo lo mismo. Desde entonces nos controlaron realmente.
Fue después de este episodio cuando los guardias comenzaron de verdad a
desplegar inventiva en la aplicación del poder arbitrario. Obligaban a los prisioneros a
obedecer reglas estúpidas y con frecuencia inconsistentes, a realizar trabajos tediosos e
inútiles tales como trasladar cartones de un retrete a otro una y otra vez o sacar espinas
de sus mantas durante horas y horas. No sólo tenían los prisioneros que cantar
canciones o reír o dejar de reír cuando se les ordenaba sino que también tenían que
insultarse y vilificarse entre sí durante los recuentos. También tenían que decir en voz
alta sus números durante interminables periodos de tiempo y se les obligaba a tenderse
en el suelo y a levantar a alquilen que se ponía de pie o se sentaba encima de ellos.

Poco a poco los prisioneros fueron resignándose a su destino. Incluso llegaban a
portarse de forma que realmente ayudaba a justificar el deshumanizado tratamiento que
recibían a manos de los guardias. El análisis de las cintas grabadas en las que se
recogían las conversaciones entre prisioneros y los comentarios que hicieron a los
entrevistadores revelaron que el ochenta y cinco por ciento de las afirmaciones
valorativas de sus propios sentimientos eran peyorativas:


Prisionero: el 2093, el ?sarge? siempre nos sirve de víctima propiciatoria? no podemos
comprender cómo puede plegarse mentalmente a todo lo que se le pide.
Este resultado deberá ser tomado dentro del contexto de uno todavía más
sorprendente. ¿De qué creen ustedes que hablaban los prisioneros cuando estaban solos
en sus celdas, gozando de un respiro lejos del mal trato y de la vigilancia de los
guardias: de sus chicas, planes de carrera, hobbies, política, etc.. que parecen ser a
primera vista los temas más importantes de conversación? Desde luego que no. Las
conversaciones registradas revelaron que sólo el 10% del tiempo se dedicaba a temas
del ?exterior?. Durante el restante 90% del tiempo discutían temas como planes de fuga,
la horrible comida, quejas o tácticas de congraciamiento a usar con guardas específicos.
La obsesión de los prisioneros con preocupaciones de la supervivencia inmediata
convertía la conversación sobre su pasado y su futuro en un lujo ocioso. Sin embargo, el
centrarse exclusivamente en temas de prisión tenía un efecto doblemente negativo sobre
el ajuste del prisionero. En primer lugar, permitiendo voluntariamente que los temas de
la prisión ocupasen sus pensamientos, incluso cuando ya no tenían que desempeñar sus
roles, los prisioneros extendían la opresión y la realidad de la experiencia. En segundo
lugar, dado que los prisioneros eran al empezar desconocidos entre sí, la única forma
que tenían de conocer cómo eran los otros realmente era compartiendo sus experiencias
y sus expectativas para el futuro y observando cómo se comportaban. Sin embargo, lo
que observaba cada prisionero era cómo sus compañeros permitían que los guardas los
humillasen, actuando como ovejas complacientes, llevando a cabo órdenes absurdas con
obediencia total o incluso siendo insultados por sus propios compañeros (a instancias de
los guardas). Después de haber vivido varios días confinados juntos en este rígido
entorno, muchos de los prisioneros ni siquiera conocían los nombres de pila de la
mayoría de los otros, de dónde procedían ni tenían la más ligera idea de qué hacían
cuando no eran ?prisioneros?. Bajo tales circunstancias, ¿cómo podía un prisionero tener
respeto por sus compañeros o algún tipo de respeto hacia lo que él mismo estaba
legando a ser ante los ojos de quienes le estaban evaluando?


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Así la combinación de elementos simbólicos y realistas en este experimento se
fusionaron para crear una ilusión vívida de encarcelamiento. Esta ilusión se fundió
inextricablemente con la realidad, por lo menos durante parte del tiempo, para cada
individuo que participó en esta situación. Era notable observar con qué facilidad nos
deslizamos en nuestros roles, cedemos temporalmente nuestras identidades y
permitimos que estos roles asignados y estas fuerzas sociales de la situación guíen,
modelen y al final acaben controlando nuestra libertad de pensamiento y acción.

¿Es posible, cabe preguntarse, que unas personas voluntarias que tienen un alto
grado de inteligencia y de educación formal, hayan podido perder la perspectiva de la
realidad, de que no hacían más que actuar como parte de un juego elaborado (de
policías y ladrones) que iba a tener que acabar? Hay muchas fuentes de evidencia que
indican no sólo que es posible sino que también nosotros (los experimentadores)
perdimos esa perspectiva. Algunos ejemplos demostrarán la medida en la que una
experiencia de simulación de desempeño de rol puede, bajo ciertas circunstancias,
convertirse en una situación vital de compromiso total.

El prisionero 819, que cayó en un estado de rabia incontrolable seguido por un
ataque de llanto, estuvo a punto de ser liberado prematuramente de la prisión cuando un
guarda puso en fila a todos los prisioneros y les hizo cantar a coro: el 819 es un mal
prisionero; por culpa del daño que hizo a la propiedad de la prisión, todos tendremos que
pagar; el 819 es un mal prisionero?, y repetirlo una y otra vez. Cuando pensamos que el
prisionero 819 estaría resistiendo estos cantos fuimos a la habitación donde se suponía
que debería estar descansando y lo encontramos llorando, y preparándose para volver a
la prisión dado que no podía abandonarla en tanto que los demás pensasen que era
un ?mal prisionero?. A pesar de que se sentía mal, tenía que probar a los otros que no
era un mal prisionero. Tuvo que ser persuadido de que no era en absoluto un prisionero,
de que allí todos eran estudiantes, de que aquello no era más que un experimento y no
una prisión y de que el personal directivo de la prisión no eran más que psicólogos
sociales.

Considérese lo excesivo de la reacción que manifestamos ante el rumor de la
preparación de una fuga masiva que uno de los guardianes aseguraba haber oído. El
rumor decía lo siguiente: el Prisionero 819, que había sido liberado con anterioridad a
causa de problemas emocionales, había fingido dichos problemas. En realidad, estaba
reuniendo un grupo de amigos con los que asaltar la prisión inmediatamente después de
la hora de visita. En lugar de recoger datos sobre la pauta de transmisión del rumor,
elaboramos planes para mantener la seguridad de nuestra institución. Lo primero que
hicimos fue introducir a un colaborador nuestro en la celda que había ocupado el 819 con
el fin de que obtuvieses información acerca de los planes de fuga. A continuación, el
Superintendente se desplazó hasta el Departamento de Policía de Palo Alto para solicitar
el traslado de nuestros prisioneros a la viera cárcel de la localidad. Su apasionada
petición fue desestimada a última hora cuando un concejal puso de relieve el problema
de seguridad y de responsabilidad legal que planteaban nuestros prisioneros a la ciudad.

Enfurecido por esta ausencia de cooperación institucional, el personal formuló otro
plan. Se desmanteló la cárcel: los prisioneros, encadenados y con los ojos vendados,
fueron conducidos a un lejano almacén. Cuando llegasen los conspiradores, se les diría
que el estudio había concluido, que sus amigos habían sido enviados a sus casas
respectivas y que no había allí nada que liberar. Una vez que se hubiesen ido, se
reforzaría la seguridad de nuestra prisión para hacer inútil cualquier intento de fuga.
Llegamos incluso a planear hacer volver al ex prisionero 819 con algún pretexto para
encarcelarlo de nuevo bajo la acusación de haber conseguido su libertad alegando falsos
motivos.

Resultó que el rumor era eso; simplemente un rumor, pero habíamos dejado
transcurrir un día entero sin recoger un solo dato; habíamos trabajado increíblemente
para desmantelar primero y reconstruir a continuación nuestra prisión. Sin embargo,
nuestra reacción fue tanto de alivio y alegría como de agotamiento y frustración.

Tal vez la versión más elocuente del siniestro desarrollo de esta nueva realidad y
de la gradual metamorfosis kafkiana del bien en el mal, se evidencia en los extractos del
diario de uno de los guardias, el guardia A:


ANTES DEL EXPERIMENTO: Como persona pacifista y no agresiva, me resulta imposible
imaginar una situación en la que pueda ser guardia de otras criaturas vivas, mucho
menos maltratarlas.
TRAS LA REUNIÓN DE ORIENTACIÓN: La compra de uniformes al final de la reunión
confirma la atmósfera de pasatiempo de todo este montaje. Tengo dudas de que muchos
de nosotros compartamos las expectativas de ?seriedad? que parecen tener los
experimentos.

PRIMER DÍA: Presiento que los prisioneros se burlarán de mi aspecto. Pondré en
marcha mi primera estrategia básica ? fundamentalmente es que no sonría ante nada
que pueda decir o hacer lo cual equivaldría a admitir que esto no es más que un
pasatiempo? En la celda 3 me detengo y con voz grave y baja digo al número
5486: ?¿de qué te ríes?? ?De nada, Sr. Oficial Correccional?. ?Bien. Asegúrate de que es
así?. (Cuando me marcho, me siento como un estúpido).

SEGUNDO DÍA: 5704 me pidió un cigarrillo y no le hice caso ? ya que no fumo y no
puedo empatizar? Mientras tanto y, dado que sí empatizaba con 1037, decidí no dirigirle
la palabra? Después del recuento y de que se apagasen todas las luces, el Guardia D y
yo mantuvimos una conversación a voces relativa a ir a visitar a nuestras chicas y lo que
íbamos a hacer con ellas.

TERCER DÍA: (Preparativos de la primera Noche del Visitante). Tras advertir a los
prisioneros que no planteasen quejas si no querían que la visita se acortase, dejamos
entrar a los primeros padres. Conseguí ser uno de los guardias del patio puesto que ello
me brindaba la primera oportunidad del tipo de poder manipulativo que realmente me
gusta ? el de ser una figura bien visible con un control casi completo sobre lo que se dice
o no - . Mientras los padres y prisioneros ocupaban unas sillas, yo me senté en el
extremo de la mesa moviendo los pies negando todo lo que se me ocurría? 817 se está
comportando de forma odiosa y parece pedir a gritos que lo vigile más estrechamente.

CUARTO DÍA: ? el psicólogo me increpa por esposar y vendar los ojos de un prisionero
antes de abandonar la oficina (de consejo y orientación) y le contesto ofendido que es
necesario desde el punto de vista de la seguridad y que, en cualquier caso, es asunto
mío.

QUINTO DÍA: Acoso a ?Sarge? que se obstina tercamente en obedecer en exceso todas
las órdenes. Lo he seleccionado especialmente para maltratarlo porque se lo ha ganado
a pulso y porque me cae mal, sin más. El problema verdadero empieza en la cena. Un
nuevo prisionero (416) se niega a comer su salchicha? Lo arrojamos al agujero y le
ordenamos que, cogiendo salchichas en cada mano, las mantenga en alto. Tenemos una
crisis de autoridad. Esta conducta rebelde puede socavar el control completo que
tenemos sobre los demás. Decidimos sacar partido de la solidaridad de los prisioneros y
decirle al nuevo que si no da cuenta de su cena privará a los demás de la visita? Al
pasear por delante de la puerta del agujero doy porrazos en ella? Siento una gran
irritación hacia este prisionero que crea molestias y problemas a los demás. Decidí
hacerlo comer a la fuerza pero se resistía a tragar, de modo que la comida que le daba
le caía resbalando por la cara. No creía que fuera yo el que hacía esto. Me odiaba por
obligarlo a comer pero lo odiaba a él todavía más por negarse a comer.

SEXTO DÍA: El experimento ha finalizado. Me siento gozoso, pero al mismo tiempo
asombrado de enterarme de que otros guardias están desilusionados por perder dinero y
porque lo estaban pasando bien.

Ya no estábamos implicados en un ejercicio intelectual en el que se estaba
evaluando una hipótesis de una manera desapasionada dictada por los cánones del
método científico. Nos vimos atrapados por la pasión del presente, por el sufrimiento, la
necesidad de controlar a las personas y no simplemente las variables, la escalada del
poder y todos los sucesos inesperados que estaban produciéndose a nuestro alrededor y
dentro de nosotros. ¡Tuvimos que interrumpir el experimento! Así, nuestra simulación
que se había planeado para dos semanas, fue abortada después de solo seis días y seis
noches (¿fueron solamente seis?)



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Pero, ¿valía la pena todo este sufrimiento para probar algo que ya todos sabíamos
de antemano: que hay personas sádicas, que hay otras que son débiles y que las
prisiones no son precisamente un lecho de rosas? Si es esto todo lo que demostramos en
nuestra investigación, desde luego no valía la pena. Creemos que hay muchas
implicaciones significativas que se pueden derivar de esta experiencia, sólo algunas de
las cuales se sugerirán aquí.

El valor social potencial en este estudio deriva precisamente del hecho de que
jóvenes normales, sanos y con alto grado de educación formal pudieran ser
transformados radicalmente bajo las presiones institucionales del ?entorno de una
prisión?. El argumento seguiría así: si esto sucede en tan corto tiempo, sin los excesos
que son posibles en las prisiones reales, en la ?flor y nata? de la juventud del país,
entonces no cabe más que echarse a temblar ante la imagen de lo que la sociedad está
haciendo tanto a los guardias como a los prisioneros reales que en este mismo momento
están participando en ese antinatural ?experimento social?.

La patología observada en este estudio no se puede atribuir razonablemente a
diferencias preexistentes de personalidad de los sujetos, al haber sido eliminada tal
opción por nuestros procedimientos de selección y la asignación aleatoria. En su lugar,
las reacciones anormales de los sujetos, tanto desde un punto de vista social como
personal, deben ser considerados como un producto de su transacción con el entorno
cuyos valores y contingencias apoyaban la producción de una conducta que sería
patológica en otros contextos, pero que en éste resultaba ?apropiada?. Si hubiésemos
observado reacciones comparables en una prisión real, un psiquiatra hubiese atribuido
sin duda la conducta del prisionero a defectos de carácter o a deficientes ajustes de la
personalidad, mientras que los críticos del sistema de la prisión hubiesen etiquetado la
conducta de los guardias como ?psicopática?. Esta tendencia a ubicar la fuente de la
conducta en el interior de una persona o grupo particular infraestima el poder de las
fuerzas situacionales para determinar la conducta mientras que supervalora la eficacia
de las disposiciones y los rasgos de personalidad. Existe una notable abundancia de
investigación que indica que hay poca generalidad transituacional en los rasgos de
personalidad y, más aún, que la consistencia de la personalidad está más en la mente
del observador que en la conducta de los que son observados.

Desgraciadamente, la insistencia por parte de los psiquiatras tradicionales, los
psicoanalistas y los psicólogos de la personalidad en que la conducta desviada o
patológica es una producto de los débiles, de rasgos latentes y de toda una cohorte de
disposiciones internas supuestas ha hecho un flaco servicio a la humanidad. Los que
ocupan posiciones de poder han recibido de esta forma un arsenal de etiquetas para
aplicar a los que carecen de poder, a los pobres, a los disidentes, a los inconformistas, a
los revolucionarios, etc? permitiéndoles mantener el status quo convirtiendo a las
personas en problema en lugar de las injusticias en la situación vital
económico/socio/político. Además, este análisis disposicional se convierte en un arma en
manos de los legisladores reaccionarios y de las agencias encargadas de sancionar las
leyes, ya que entonces las personas que son consideradas como problema pasan a ser
tratadas por una de las instituciones ya existentes mientras que las situaciones problema
son ignoradas o despreciadas como irrelevantes o demasiado complejas para cambiar
fácilmente.



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La lección más inquietante de nuestra investigación procede de los paralelismos
entre lo que ocurrió en la prisión simulada y las experiencias diarias de nuestras vidas, y
suponemos que también de la suya. La institución física de la prisión no pasa de ser una
metáfora de acero y hormigón frente a la existencia de prisiones más generales,
desgraciadamente menos evidentes, de la mente que cada uno de nosotros crea, puebla
y perpetúa. Nos referimos aquí al racismo, al sexismo, la desesperación, la timidez y
similares. La institución social del matrimonio se convierte, por ejemplo, para muchas
parejas en un estado de encarcelamiento en el cual un componente consiente en ser
prisionero o el guarda, obligando o permitiendo al otro a desempeñar el rol recíproco,
siempre sin hacer explícito el contrato. ¿En qué medida nos permitimos a nosotros
mismos llegar a estar encarcelados al admitir dócilmente los roles que los otros nos
asignan o, en realidad, decidimos permanecer prisioneros dado que ser pasivos y
dependientes nos libera de la necesidad de actuar y de ser responsables de nuestras
acciones?

Sin embargo, a pesar de la caracterización profundamente negativa de las
prisiones que cabe extraer de nuestros resultados y de otros presentados por otros
autores, existen todavía razones a favor de un moderado optimismo en relación con la
posibilidad de reformas constructivas. En realidad, si la patología de las prisiones se
puede aislar como un producto de las relaciones de poder en la estructura
psicosociológica de la misma institución, el cambio todavía es posible. Las instituciones
sociales, siendo como son creaciones de los seres humanos, y nuestros limitados
experimentos sobre el control político y social, son susceptibles de modificación al ser
confrontados con una conciencia humana que protesta ante su falta de adecuación? y
preocupada por eliminar todas las formas de injusticia. Las posiciones institucionalizadas
tienen que ser cambiadas radicalmente, hay que buscar alternativas al encarcelamiento
de tal forma que los valores humanos sean fomentados en lugar de destruidos y
pervertidos, aunque no va a resultar fácil.




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GUÍA DE LECTURA




Este artículo de Zimbardo, constituye lo que podríamos llamar un clásico de la
literatura psicológica universal. No es necesario decir que el experimento plantea
objeciones éticas muy serias y que hoy en día, de ninguna manera hubiera sido
aprobado. Pero el caso es que llegó a realizarse y en aras del sufrimiento que provocó a
algunos de los sujetos experimentales, vale la pena publicarlo y extraer de él
importantes conclusiones. También es necesario señalar que el objetivo principal del
experimento era demostrar por qué las prisiones no eran centros adecuados para la
rehabilitación.

Sin embargo, como queda bien patente al leer el artículo, el experimento se les
escapó de las manos a los experimentadores, hasta tal punto que incluso ellos se vieron
implicados en la dinámica experimental. Eso y las transformaciones que iban sufriendo
los individuos a medida que transcurrían las jornadas es lo que otorga verdadero valor al
experimento de Zimbardo, y lo que resulta relevante para una situación de seguridad.
Del experimento y de la lectura del correspondiente artículo, hay varias conclusiones que
nos gustaría destacar:

1. En primer lugar, como conclusión más importante, queremos mencionar la fuerza
de la situación a la hora de marcar el comportamiento esperado. Recordemos que los
experimentadores tuvieron mucho cuidado en seleccionar individuos homogéneos; la
mayoría fueron escogidos de acuerdo con un patrón consistente de personalidad (esto
es, que en las pruebas psicométricas que se les administraron, obtuvieron resultados
altos en lo referente a personalidad estable y equilibrada), pertenecían a la misma clase
social, el mismo nivel cultural e intelectual, el mismo sexo, la misma raza? y la
asignación al subgrupo guardias o al subgrupo presos, se hizo de forma aleatoria. Esto
significa que, a priori, cualquiera de las combinaciones que se hubieran dado a la hora
de asignar los subgrupos, hubiera tenido idéntico resultado; es más, esto significa que el
guardia cruel del experimento, hubiera podido perfectamente ser el preso sumiso con
otra asignación. Lo que motivó una transformación tan brusca de la personalidad del
individuo fue, entre otras cosas, la fuerza de la situación. No debemos olvidar que el ser
humano ha conseguido hacerse el dueño del mundo (si es que esta afirmación tiene
algún sentido), gracias a su capacidad para adaptarse a distintos entornos con una gran
rapidez. Esa necesidad de adaptarnos, hace que seamos capaces de captar las reglas
del ?juego? en el que nos encontremos en cada momento y elicitar la conducta más
apropiada en ese momento.

2. Otro fenómeno que provocó el cambio, se nombra casi de pasada; se refiere al
proceso de desindividuación. Efectivamente, es mucho más fácil para cualquiera de
nosotros adoptar una conducta que pueda parecernos moralmente reprobable, si
podemos mantener el anonimato. Los experimentadores se cuidaron mucho de que este
anonimato fuera real, asignando números a los presos y uniformes a presos y guardias.
El proceso de desindividuación se define como un estado psíquico de menoscabo de la
propia identidad y de la conciencia de sí

3. Como consecuencia de este proceso de desindividuación es que, a medida que la
identidad personal decrece, aumenta la identidad grupal y por tanto, la influencia que el
grupo puede ejercer sobre el individuo. Sólo un día después del inicio del experimento,
los sujetos ya no se ven a sí mismos como sujetos experimentales, jóvenes, o
estudiantes, sino simplemente como guardias y/o presos. Inmediatamente
surgen ?reglas? implícitas al pertenecer a uno de los grupos, reglas que el mismo grupo
se encarga de hacer cumplir. Vean sino, dos ejemplos, uno por bando. Cuando en el
artículo se habla de que durante el segundo día se produce una rebelión, el grupo de
noche termina incluso ofreciéndose como refuerzo, sin cobrar la paga que les pertenece
como grupo experimental y que se supone, era la motivación principal por la que los
sujetos participaban del experimento. Todo porque el grupo de mañana recriminó a los
de la noche que hubieran permitido que los presos se amotinasen. En este caso, el grupo
tenía unas reglas (controlar a los presos), éstas no se habían cumplido y por tanto, una
parte del grupo ejercía presión contra la otra para que se aviniera a restablecer el status
quo de la situación. Esto en el bando de los guardias. En el bando de los presos, todavía
resulta más curioso. Se refiere al preso que, después de derrumbarse anímicamente y
conseguir su liberación, pretende cambiar de opinión porque los otros presos le dicen en
voz alta (siguiendo órdenes de los guardias) ?el 819 es un mal prisionero?. Cuando llega
el momento de la liberación, los psicólogos tienen que emplearse a fondo para
convencer al joven de que aquello no es más que un experimento y que él no es ningún
preso sino un estudiante normal y corriente. Se puede alegar que los métodos
empleados pertenecen a lo que llamamos persuasión coercitiva, muy propio de la
metodología de las sectas destructivas. Pero conviene señalar que la frontera entre la
persuasión coercitiva y no coercitiva no es tan clara como a muchos nos gustaría y que
hay una zona difusa donde se mueven las reglas de no pocos grupos, entre los cuales
cabe señalar de forma clara, muchos equipos de seguridad, ya sea pública o privada.

4. Otra conclusión interesante es que el grado de la fuerza del grupo reside en su
grado de cohesión. En el experimento, los guardias dedican tantas energías a sofocar la
rebelión como a destruir la cohesión interna del grupo de presos para hacerlos más
manejables. Esta conclusión tiene una interesante lectura a nivel de equipos de
seguridad, ya que muchos líderes, preocupados por conservar su puesto, sacrifican la
cohesión del grupo, y por lo tanto su fuerza, en aras de un mayor control sobre el
mismo, lo cual tarde o temprano, se vuelve en contra de la eficacia del grupo en su
cometido. En estos casos, hablaríamos de un mal liderazgo, aunque este es un tema que
trataremos en otra ocasión.

5. Otra conclusión, que puede extraerse de la anterior, es que una vez rota la
cohesión del grupo de presos, éstos no se dedican sólo a adoptar una actitud neutra
entre ellos, sino que la energía que antes habían dedicado a cohesionar al grupo, ahora
la dedican a defender su parcela individual, atacando a los otros miembros de su mismo
grupo y por tanto, a facilitar la labor de los guardias. Ello significa que no es posible
tener a un grupo solamente no cohesionado. O el grupo tiene un cierto nivel de cohesión
o sus miembros terminarán agrediéndose unos a otros. Esta conclusión tiene también
una importante lectura cuando hablamos de equipos de seguridad, puesto que los tres
ingredientes básicos para que se produzca un ataque (motivación, capacidad y
oportunidad), pueden ver incrementado su nivel a partir del nivel de cohesión grupal. La
misma lectura puede hacerse a la inversa. Desmantelando al grupo opositor, lo privamos
de motivación, mermamos su capacidad y también su disposición a buscar su
oportunidad, todo ello antes del enfrentamiento (pre-evento).

6. En definitiva, y para concluir, la situación tiene mucho que ver con las actitudes que
tomarán los individuos que formen un grupo. De hecho, la situación modelará al grupo,
le otorgará identidad, determinará su nivel de cohesión y será determinante a la hora de
medir su nivel de eficacia. Individuos normales pueden terminar, en solo seis días, en
corderitos sumisos, o feroces fascistas, según el lado del que haya caído la moneda.
Sólo una buena gestión de liderazgo sería capaz de sustraerse a la situación.
Terminamos con un ejemplo extraído de la prensa. Hace meses supimos que soldados
italianos habían cometido barbaridades durante la campaña de ?ayuda? a Somalia.
También hemos sabido casos de soldados de países pertenecientes a la NATO haber
cometido atrocidades durante su misión de ?pacificación?. No nos extenderemos más en
los ejemplos, porque cualquier lector seguro que puede tener en su cabeza decenas de
ellos. Queremos fijarnos en estos casos precisamente porque estamos hablando de
soldados profesionales, en ejércitos profesionales. Estos jóvenes habían pasado los
correspondientes test psicotécnicos que los habían descartado como psicópatas (no es el
caso de ciertos cuerpos de élite, aunque esto es otro tema). En cambio, una vez en su
escenario, la situación, que podría definirse como la ausencia total de reglas, de
compromisos morales, y de supervisión externa, hicieron que algunos de ellos
descubrieran al Mr. Hyde que todos llevamos dentro. El fallo estuvo precisamente en la
falta de liderazgo de estos grupos. De un líder que supiera controlar la situación y fuera
para el grupo, un referente sobre lo que se debe y lo que no se debe hacer, y lo que
pasará si uno se salta estas reglas. En el experimento, los psicólogos sociales hicieron el
papel de observadores, y solo lo abandonaron para ser engullidos por la situación.
Este ?voyeurismo? mal entendido y esta nula capacidad para sustraerse a la situación
fueron los dos factores que arruinaron el experimento, pero también la explicación a
todo lo que pasó durante esos seis días y que hoy nos han permitido reflexionar sobre
grupalidad y cohesión grupal en equipos de seguridad.
Micro
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Registrado: Vie Dic 08, 2006 5:56 pm
Ubicación: Yo paso

Mensajepor Micro » Mié Dic 13, 2006 2:35 pm

:shock: alucinante (me lo he leido entero). ^^

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