¿Como expresar la sutil belleza de esta música penetrante y rotunda?, como las notas graves de un violonchelo. Una música en la que se siente cada vibración del arco contra las cuerdas, suave, infinitamente delicado pero rotundo. Infranqueable.
Un pentagrama cobrizo rondaba en la cabeza de la joven que tocaba, cerrados los ojos y abierto el corazón. Sintiendo como si saliera de ella misma aquella canción que tanto habÃa deseado tocar. Cada nota dibujada en su memoria como un recuerdo cálido y vibrante, cada silencio medido con precisión para expresar con la mayor exactitud la sensación que el compositor deseó crear.
Llena toda esa estancia de la dulce melodÃa, llenos también los espectadores de tan grato espectáculo. Gente amante de la música, de la composición, del arte.
Calló la atención del narrador entre todas estas gentes, en una pequeña niña que miraba con los ojos llenos de claras lágrimas, la expresión serena y sonriente de la violonchelista. Esta última, imperturbable a las miradas del público, dejaba ver cada expresión en su cara morena, sintiendo cada nota que hacÃa sonar. Moviendo la cabeza levemente al ritmo de la obra, dejaba que su negra cabellera jugase también con los matices, allegros y pianÃsimos que tan bien expresaban sus manos de un bellÃsimo negro.
La niñita, sentada en la cuarta fila a la derecha, no podÃa siquiera parpadear, asombrada de tan precioso instrumento y tan bellÃsima mujer; no tanto por su fÃsico, que desde luego lo era, como por la delicadeza que demostraba cada movimiento suyo. Sus ojos parecÃan estallar en mil verdes claroscuros y no podÃan brillar más que esa noche, su boquita entreabierta y sonriente dejaba ver perfectamente sus dientes blancos como el mismo marfil. Y su carita de niña no mucho menos blanca no cambió de expresión en toda la pieza, enmarcada en su cabellera de rizos castaños.
Esta fue la razón que hizo quitar la vista del escenario al chico de la quinta fila, que no pudo ni quiso evitar quedársela mirando hasta que finalizó y, al fin, esta miró al suelo avergonzada secándose las lágrimas con el chaquetón. Despertando una disimulada sonrisa de aquel chico, que mostró en su cara toda su picardÃa y su ternura a la vez. Carita de niño pobre, capaz de estallar en llamas si se juega con él.
La música cambió y con ella el semblante de los espectadores, antes conmovidos y ahora, divertidos por las notas sueltas y pÃcaras de un violÃn. La bella violonchelista se alejó dejando paso a este, que finalizó el concierto con una soltura y simpatÃa inigualable.
Todo terminó dejando sonar a millones de aplausos agradecidos, la gente se iba levantando y se marchaba alegre; pero la niñita seguÃa ahÃ, buscando con la mirada en el escenario, con esperanzas de ver por última vez esa mujer. Curiosamente el chico de la quinta fila tampoco se decidÃa a irse, volviendo sobre sus pasos una y otra vez, esperando según creo, a que ella avanzara también.
Música convertida en letras
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