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Anatomía de dos silbidos canarios. Marea sin riendas. (Parte II)

Por Kike Babas

Lee aquí la Parte I

Lee aquí la Parte III

Continuamos con la segunda parte del texto que Kike Babas ha escrito sobre Marea cuando hace unas semanas compartió un fin de semana con ellos en las Islas Canarias. En esta ocasión el madrileño relata las vivencias del concierto de los navarros en el Gran Canaria Arena, donde incluso se subió a recitar con la banda.

Un camerino de Marea implica un continuo trasiego de gente. Kutxi se apoltrona en el sofá y apenas se mueve en las tres horas. La gente se acerca, se sienta a su lado, charla un rato y se va. Después llegan otros. Alén está en todos los sitios a la vez, de alguna manera es el encargado final de que la producción del concierto salga lo más impecable posible, así que igual pasa de estar con los de seguridad a comprobar que no hay ningún problema en los accesos al recinto, lo controla todo. Cesar, Kolibrí y Piñas deambulan en corrillos por la estancia, charlan con la gente del equipo, con los amigos que han venido a verlos, o entre ellos. Ese ritual de estar los músicos encerrados, a solas, en un estado de concentración monacal antes de un concierto, en Marea no existe. Diríase que su manera de aplacar los nervios (si es que rondan), de encontrar el genio, el ingenio y el temple necesario para subir a un escenario ante miles de personas reside precisamente en tomarse las horas previas como si estuvieran en un pequeño garito tomándola dicharacheramente con su gente cercana.

Alrededor de la mesita baja no dejamos de picotear como gallinas. No es una cuestión de hambre, es que estamos charla que te charla, risa que te risa, cervecita va y ron miel viene y, permanentemente y sin distinción, se va picoteando una chocolatina, una chuchería o una raja de chorizo. Han ido apareciendo nuevos amigos, que se sirven a placer y se juntan al gallináceo corrillo: Emiliano Armenteros, exfutbolista argentino que jugó en el Osasuna y que se ha venido desde Iruña a pasar el fin de semana con estos; el asturiano Aurelio y su compa Ana, él es dentista y trata las dentaduras de prácticamente toda la banda; el Chino y su madre, él es un conocido promotor que anda pasando unos días y ha aprovechado para coincidir con su hermano, que trabaja en la gira con el montaje de iluminación; y finalmente Amanda y su novio escocés Gregor, ella es la hija de El Cabrero y nos pone al día del estado de salud del mítico y veterano cantaor.

Las puertas ya se abrieron, Bocanada lleva un rato en el escenario. De momento ya ha llegado la mitad del público. Salgo a verlos, sobre todo por respeto, pues hasta ahora no los he visto en ninguna de las veces anteriores que he estado en esta gira. Lo que me encuentro es a un Peter Pan gesticulante, entregado, vigoroso y vitalista. ¡Vaya personaje el Martín encima de un entarimado! ¡Me encanta! En tanto él la suda a muerte con brincos y carreras de acá para allá, el resto de los Bocanada escupe dosis de sano rocanrol al estilo aprendido de los maestros patrios del género.

Llegó el momento. Los amigos han abandonado el camerino unos minutos antes para dejar a los músicos en calzoncillos y descamisados cambiarse a solas. Kolibrí se pone una camiseta vaquera de mangas cortadas, Piñas igual, aunque se la quitará al poco de empezar a tocar, Alén camisa plateada sin mangas, Cesar camiseta negra lisa y Kutxi camisa, chaqueta y sombrero negros. A pie de escenario Kuxe lee un texto que ha escrito de su puño y letra a lo largo de la tarde, un breve párrafo de agradecimiento a la tierra que pisan. Los músicos se apiñan a su alrededor, le escuchan atentamente y luego brindan: la Marea está lista para subir.

Marea en Canarias
Kike Babas y Kutxi. Fotografía: Fernando Lezaun

Las Palmas de Gran Canaria. 3 de noviembre de 2023. Sintonía: “Porque son de pura raza” (taranta) de El cabrero. Y del tirón: “Otra cicatriz”, “Más me duele a mí”, “La grillera”, “Mierda y cuchara”, “El temblor”, “Manuela canta saetas”, “En las encías” y “Barniz”. De toda esta tanda apenas me entero. Como no hay monitores, el sonido, desde detrás del escenario, llega muy apaciguado. Y yo ando ya con la camisa y la chistera, con la cabeza más pendiente de lo que me va a tocar hacer en breve. Primeros acordes de “Corazón de mimbre”, la gente, que ocupa ya toda la pista del pabellón, se arranca por su cuenta con lo de: quieto parao, no te arrimes, etcétera. Me toca pedir silencio y empezar con lo mío: de estos ojos que no lloran, cuando debiesen llorar; de esta garganta que calla y no sabe perdonar; de este corazón que a veces no tiene corazonadas, nace esta canción de amor que no vale para nada, etcétera…. Dos minutos después, los Marea, ahora sí, cantan junto a su público al corazón de mimbre, mientras yo estoy en el camerino poniéndome de nuevo la camiseta y tomándome un par de cervezas seguidas mientras charlo con Emilio de la vida y la vidilla. Rato de chapa que me lleva a perderme la interpretación de “Que se joda el viento”, “Canaleros”, “Como el viento de poniente”, “Trasegando” y “Alfileres”, que incluye un oportuno guiño al “Whole lotta Rosie” de AC/DC.

Marea en Canarias
Kolibrí. Fotografía: Fernando Lezaun

Salgo a mezclarme entre el público en el momento justo en que Kutxi está presentando “El trompo”, un tema de Barricada para el que hizo la letra, que cantaba el malogrado Boni. Es una canción que me resulta muy cercana, pues hice ese videoclip para los Barri. Toca Kolibrí la canción con una de las guitarras eléctricas del propio “Pájaro de fuego” y la presentación previa al tema es sentida y solemne, como las que me gustan. Kutxi tiene dos maneras de presentar las canciones, la épica-poética y la chistosa-desacralizadora y, como soy persona que ni cuenta ni escucha chistes, pues la segunda me llega menos, le entiendo el punto, le quita hierro y suntuosidad al acto, y no digo que no sea ingenioso en sus peroratas guasonas, pero yo, encima del entarimado, le prefiero profundo a banal. Antes de “El trompo” nos cuenta que Marea son los últimos de una estirpe de bandas de rocanrol en castellano que llenaron pabellones y plazas de toros, de una saga que arrancó con Leño y continuó con Barricada, Los Suaves, Rosendo, Extremoduro, Platero y Tú… y que termina con ellos. Y entona un desaborido lamento porque no viene nadie detrás. “A ninguna de esas bandas las vais a volver a ver jamás en directo”, sentencia, y añade, con, diríase, un punto de tristeza: “y nosotros somos los últimos. No nos dejen solos”. Tras la presentación entona a capela un fandango popular: Ay, con la sonrisa en los labios yo he visto a un hombre morir, con la sonrisa en los labios. Y es que moría feliz porque a nadie había hecho daño ¡qué pocos se mueren así! Y tras este, la maquinaria al completo comienza a arder: de tanto ir de tó, de nada vas…

El resto del concierto me lo como como si se tratase de una sola canción. Las estrofas, con tal cantidad de palabras y conceptos poéticos pero difusos, me son imposibles de recordar, así que canto fragmentos de estribillos aquí y allá, frases brillantes que me llegan muy dentro por diferentes razones. A mi alrededor hay mucha gente que se las sabe todas, que cierra los ojos y aúlla. Me la juego a que la mayoría no fueron capaces en su día de recitar de memoria las tediosas lecciones de Historia o Geografía y, sin embargo, de esta poesía, abigarrada y desbordante, que les mece el alma y les hierve la sangre, rebañan desde la primera nota hasta la última palabra. En esa larga canción que es el resto del repertorio, donde Kutxi inserta bravatas y graciosuras a modo de introducciones, no hay nada más firme que la propia banda, más allá de un montaje, un sonido y unas luces diseñados para jugar en la liga de las grandes audiencias, está el quehacer pétreo, firme y seguro de Alen, Piñas, Cesar y Kolibrí: no fallan una, son una maquina engrasada, diseñada para sudar rocanrol.

“Te voy a decir la verdad”. Y cuando campanea te dice al oído: llórame como es debido, cuando me eches a faltar. “Lo habido”. “La rueca”. Y ya le pueden dar bien por el culo a los fantasmas de la soledad, me bastan 40 duros de felicidad. “La luna me sabe a poco”. Decía que tenía el corazón alicatao' hasta el techo, que a ver si no podía hacerle yo una cenefa a besos. Antes de “Nuestra fosa” un verso de Miguel Hernández que ya cantase por fandangos el Camarón: Tan sombrío llega a estar que el agua no le divierte; y después de meditar tomó el camino del mar. Es decir, el de la muerte. Al acabar el tema otro breve recitado, adaptación del estadounidense E.E. Cummings que acaba con algo así como: Ahora dígame que piensa hacer con estos cinco potros renqueantes, señora muerte. “Esta puta soledad”. Que mi alarido se folle al olvido nunca he pretendido, sé que solo quedará esta puta soledad de tragos tristes en vasos heridos de lo que me diste, de lo que no volverá, esta puta soledad. “En tu agujero”. Y me vuelvo contigo y lo veo a colores, mi lápiz entiende de sucios amores y unas sábanas chorreando le da por pintar. “Como los trileros”. “Jindama”. He florecido con tanto ruido que el trueno me habita la piel. La ciencia, llegó de Plasencia y de Carabanchel. Fin.

Marea en Canarias

Un cigarro rápido en la escalerilla del escenario. Los bises. Kutxi sale solo y presenta, uno a uno, y esta vez con palabras grandilocuentes y fervorosas, a sus Marea. Queda para el final “El perro verde”, en la que el cantante se baja al coso y va ofreciendo el micrófono a las primeras filas, que mayormente meten unos desafines de alegría que no veas, aunque alguno hay que le pega bonito. Le he contado mi vida entera, brindándole al aire mi voz cazallera. Un chavalín que se apretuja pegado a la valla le regala un mechero zippo, donde ha grabado un Gracias, Kutxi.

Para ir terminando la faena Kutxi recita a Neruda mezclándolo con verso propio, un poema que le lleva sirviendo de despedida desde hace unos años: Y esta palabra, este papel escrito por las mil manos de una sola mano, no queda en mí ni en vosotros, ni tampoco sirve para sueños. Cae a la tierra, y allí se continúa, pero no como mera palabra en papel escrito, sino como una sucesión de sonidos del corazón. Llamadlo música si queréis. Y cuando la música se termina, los bailarines nos miramos como si estuviésemos desnudos, y ahí decidimos si merece la pena seguir tocándonos, o si sólo fuimos meros objetos del infinito equilibrio universal de los planetas. Hasta siempre. Y ya, como colofón, como siempre, “Marea”, la canción. ¡Quién pudiera acostarse con Marea! Y pasar mi vida entera enganchado a su Marea, que me vea a o no me vea casi siempre con Marea, acercándome a Marea. Se despiden de forma definitiva con agradecida genuflexión al respetable, con las luces encendidas y la atronadora ovación del público sale todo el equipo a escena, se pone en fila abrazado a la banda, y juntos hacen una sentida reverencia.

Poco le queda a la noche: secarse el sudor, ponerse las camisetas, echarse de un trago un par de cubatas, furgoneta y al hotel. En la puerta del mismo hotel se agolpa la crew, que aún apura un par de últimos cigarros con algunas latas sueltas que se ha traído del catering de camerinos. Es el momento de comentar la jugada, pero ya sin presiones, la jornada ha acabado, la cama está al lado y las caras satisfechas del trabajo hecho. Son las 03.00 am, yo acabo de cumplir 24 horas sin dormir, así que me voy a perder este bonito final y, a la francesa, me retito a mi habitación.

Me despierto un poco antes que Kutxi, aprovecho para ojear el libro de Patti, un año entero de su vida contado día a día con una foto y un pie. Tiene una capacidad asombrosa para vivir en el pasado y en el presente, para convivir con sus fantasmas y sus fetichistas fuentes de inspiración en la misma medida que vive la nieve que le cae al momento o la taza de té que se está tomando. Busco a ver qué colgó el día de mi cumpleaños, 5 de marzo. En un estudio de sonido Patti se fotografía junto a un señor de edad madura al que no conozco. El pie de foto reza: Trabajando encantada con el amable e incansable Werner Herzog en las lecturas inglesa y alemana de “La danza del peyote” de Artaud para Soundwalk Collective, en los legendarios estudios de grabación Electric Lady Studios. En apenas tres líneas Patti ha unido cine, poesía y música en su categoría letras mayúsculas. Una vez más, acercarme al mundo de la señorita Smith provoca en mí unas ganas terribles de crear, de ser creativo, de vivir la creatividad, en todas sus formas y con todos sus sentidos. Quizás por eso, mientras Kutxi está en el baño echándose un agua para despejar, yo aprovecho para tirarle una foto a nuestras camas vacías, lechos que han dejado las huellas de nuestro dormir. Pienso titular la foto con nuestros nombres y compartirla en Instagram, como homenaje a Patti Smith. Cuando Kutxi sale del baño nos despedimos, su avión para Tenerife sale en breve, así que se piran ya al aeropuerto; el mío saldrá unas horas más tarde.

Me voy a dar una vuelta por Las Palmas hasta que me toque ir al aeropuerto. Me topo con una pequeña librería de segunda mano y rebusco entre sus estanterías algo que regalarle al Kutxi. Me decido por dos poetas que no tengo leídos, pero de los que he oído cosas buenas y sé de sus exilios cuando la dictadura fascista española. De alguna manera la elección llega por una mezcla de suerte e intuición. Al abrir al azar Verso y prosa, de Blas de Otero, en el poema “Cantar a un amigo” leo: quiero escribir de día. De cara al hombre que no sabe leer, y ver que no escribo en balde. Eso me vale. Hago lo mismo con Español del éxodo y del llanto, de León Felipe, y leo en “Polvo y lágrimas”: ¡Ah, si yo pudiese organizar mi llanto y el polvo de mis sueños! Los poetas de todos los tiempos no han trabajado con otros ingredientes. Y tal vez la gracia del poeta no sea otra que la de hacer dócil el polvo y fecundas las lágrimas. Perfecto. Lo tengo. Nos veremos luego en el hotel tinerfeño, llegaré a la hora de salir a la prueba de sonido.

Por Kike Babas

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