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Anatomía de dos silbidos canarios. Marea sin riendas. (Parte III)

Por Kike Babas

Lee aquí la Parte I

Lee aquí la Parte II

Precisamente hoy es el vigésimo sexto cumpleaños de Marea. Para nuestros lectores no es ninguna novedad si os decimos que son una de las bandas que más alegrías nos ha dado en todo este tiempo. Un grupo que ha estado con nosotros desde siempre y por el que sentimos un respeto y un cariño inmensos. Para celebrarlo, compartimos la tercera parte del reportaje "Anatomía de dos silbidos canarios. Marea sin riendas" que Kike Babas, personaje muy cercano a su mundo, ha escrito tras pasar un fin de semana con ellos al final de la gira "Los potros del tiempo". En este caso se trata de sus reflexiones en el concierto de Tenerife. ¡¡Felicidades, Marea!!

Tenerife. 4 de noviembre de 2023. Deduzco que para ellos hacer rugir la Marea no es una cuestión de necesidad, es una oportunidad. Y precisamente ahí reside uno de sus fuertes. Son gente que ya tiene el chamizo a su nombre y que sabe alicatarse la cocina y poner las baldosas de su suelo. Peña autónoma y autosuficiente en su vida cotidiana, que no necesita de aplausos de masas para alimentar ni el ego ni la bolsa. Transitan por todo esto por gozar la oportunidad de certificar una amistad sólida; de pasarlo como guajes chicos chapoteando en una bañera de vatios; de mostrar su navarrada por ahí fuera los fines de semana para poder comentarla en el barrio entre semana.

No, no es obligación, es deseo. Es belleza y bondad. Es pureza y alquimia. Intensidad y una pizca de sana locura. Camaradería y verdad. Es cante viejo y riff de hard-rock. Es reconocer y presumir los genes, como hijos, humildes pero aventajados, del Corre, corre; del Barrio conflictivo; del Jugar al gua; del Ese día piensa en mí; del Deltoya; del Hay poco rock ‘n’ roll. Los dedos de Kolibrí recorren a toda velocidad la autopista al infierno por la que antes corrieron los del Uoho y los de Alberto Cereijo. El verbo de Kutxi presume una tendencia jeroglífica trufada de arcaísmos a lo Rosendo, en la misma medida que pasea por la senda bucólica y romántica que inauguró Robe, preñada de expresiones malsonantes y callejeras, y de tal guisa recorre su garganta el mismo licor poético que emborrachó al flamenco: ese que tiene el sabor a tierra de Miguel Hernández, el sabor a cielo de Federico García Lorca y el sabor anónimo y sabio del dicho popular, que se apega al pueblo porque del pueblo nace.

A día de hoy los Marea son la huella de una herradura. Y van dejando tras de sí las mismas huellas que las mulas de los contrabandistas Beaumont, que calzaban del revés a sus equinos cargados de contrabando para que la Benemérita en la frontera pensara que iban, cuando en realidad ya estaban de vuelta. Y así traspasan la frontera de la emoción, traficando con bienes inmateriales e inútiles: la poesía y el rocanrol.

Marea en Canarias
Fotografía: Fernando Lezaun

Cuando hablan las paredes de su camerino cuentan que huelen al humo de mil cigarrillos y que sudan rocanrol; que guardan los ecos de Kutxi Romero recitando a Ángel González y tarareando a El Cabrero, y la risotadas francas, sonoras y contagiosas de Kolibrí festejando alguna ocurrencia del Piñas o el Alén. Dicen, las paredes, que no les caben más brindis ni más abrazos con los tantos amigos que se pasaron por allí a compartir y celebrar el hecho de estar con ellos. Dicen que nervios no vivieron. Y, si quisiéramos atender a la crew, podríamos escuchar al backliner Rubén Darío, veterano argentino que ha trabajado con los artistas más grandes, exclamando: “yo esto no le he visto en ninguna otra banda, la Marea es diferente, es familia”, o a la Paulita, cantando a voz en grito cada canción desde la mesa de monitores, evidenciando que el trabajo, cuando se mezcla con el placer, merece la pena. Aquí el rocanrol lo viven todos y por eso cada uno del equipo da lo mejor de sí y lo canta y lo cuenta.

Y si de puertas a dentro son el encanto llano y sincero que aparentan ser, sin dobleces ni ambages; de puertas a fuera blanden ese mismo savoir faire: son y saben ser, conscientes de que ahí fuera no hay una masa difusa a la que llamar público, si no personas, que sienten hasta el tuétano unas canciones que les acompañan día a día en el siempre saborío cotidiano. Marea es un chaval llorando de emoción en primera fila, el mismo que ayer le regaló un zippo y hoy Kutxi ha reconocido entre las miles de personas, se ha acercado a él y le ha regalado un anillo de calavera que se ha sacado de uno de sus enormes dedos. Marea es un mensaje que una anónima Judith cuelga en redes nada más terminar el concierto: Y ahora mismo, desde Tenerife, no hay palabras para expresar el despliegue de energía, carácter, sensibilidad, magnificencia, humildad y no sé cuántos adjetivos más, que acabamos de disfrutar y sentir!!!

Marea en Canarias
Fotografía: Fernando Lezaun

Marea es, como antes lo fueron las bandas de rocanrol que les precedieron, una religión. Sin dioses y sin fe, porque esto es humano, demasiado humano, y porque aquí la evidencia demuestra la verdad. Donde la cruz y la media luna se sustituyen por una calavera bandolera cruzada por dos navajas de jornalero de cortar queso y cecina. Marea es el aquelarre de esos cinco tíos apiñados en la tarima de la batería en la última canción, codo con codo desde hace un cuarto de siglo. Marea es, en el mejor sentido de la palabra, ROCANROL.

Al día siguiente a mediodía Piñas, Rubén Darío y yo caminamos descalzos por la orilla de la playa de Las Teresitas, nos hemos equivocado de chiringuito y recorremos el trecho charlando de naderías hasta llegar al que nos corresponde, donde se va a celebrar la comida de hermandad de un gira que toca a su fin. Reencontrados, tomo el aperitivo previo con Kutxi y Alén; no sé cómo ha surgido la conversación, pero nos enfrascamos en sus orígenes familiares: “mi familia llegó del hambre”, sentencia Kutxi, mientras apura un cigarro a la entrada del chiringuito playero y añade: “del hambre del 49 en Andalucía. Dos hermanas de mi padre murieron, literalmente, de hambre”. Alén asiente: “sí, ellos sí fueron verdaderos héroes”, y cuenta de su origen extremeño por parte materna y de cómo, huyendo de la miseria, terminó su madre en Pamplona, sirviendo en casa de señoritos, con 11 años. Explica que su madre no puede ver la película Los santos inocentes porque “de donde veníamos, la cosa era así”. La familia de César, según me detallan, también tiene famélico origen en Extremadura.

Marea en Canarias

En total somos una treintena larga de personas sentadas en dos hileras de mesas. De primeras un picoteo a base de calamares rebozados, croquetas, pulpo a la vinagreta y papas con mojo picón; de plato fuerte una paella para guiris bastante insufrible. Sería imposible y totalmente innecesario recordar las conversaciones cruzadas entre los asistentes, pláticas que se pisan, se dejan y se retoman continuamente. Ándanos de chascarrillos con Canet, el musculoso jefe de seguridad, que es gaditano y se le nota en cada expresión, comentamos sobre su misión en los bolos: ha de ser firme pero a la par tener mucha mano izquierda, “menos con los babosos y los pesados”, aclara Kutxi, “con esos, tolerancia cero. Desgraciadamente son cosas que no están erradicadas”. Después me cuenta un desafortunado incidente que tuvieron en Mallorca con la gente de seguridad local, pues un chaval consiguió saltar la valla y subirse al escenario y, una vez arriba, llegaron los seguratas y lo redujeron de malas maneras: “no he pasado más vergüenza en mi vida”, se lamenta, “el Alén estaba por dejar las baquetas e ir a montarles el pollo. Joder, si lo que tenían que hacer era felicitarle por conseguir llegar hasta arriba. Con esa gente no vamos a trabajar más”. En un giro de cabeza y otro nuevo brindis nos metemos en conversación con Urrutxu, un vasco de caserío (de hecho le llaman por el nombre de su caserío, a la vieja usanza) que también se ha venido a la excursión desde el Norte. “A mi los Marea me han salvado la vida”, dice sin mayor énfasis en un castellano poco cuajado, y cuenta cómo su música le acompañó cuando estaba desahuciado por el cáncer hace unos años y pierde la cuenta de las veces que les ha visto en directo, que son muchas, muchas decenas. Después repasamos las producciones ochenteras de nombres clásicos, Phil Collins, Bruce Springsteen, Rod Stewart, Leonard Cohen, para continuar desmigajando el Heart, attack and wine, el disco favorito de Kutxi de Tom Waits, y terminar imaginándonos al Tom actual haciendo canciones en su casa con el sonido de un grifo goteando o el hervir de unos macarrones, le imitamos y todo. “Y cuando se acabe todo esto queremos hacer un viaje los cinco, juntos y solos, a ver un concierto de un grupo en el que coincidamos todos… Vamos, que veremos algún concierto de ancianos”, y se ríe.

Antes de llegar a las copas la gente ya está achispada, en un momento dado se apartan las mesas y se hace un hueco al centro, Alén pincha su playlist especial para estas ocasiones, música discotequera que todo el mundo conoce aunque finja que no. Y entonces suena “Smooth criminal”, de Michael Jackson, y se empieza a ocupar el centro de la pista: rompe el hielo Kutxi, con, digamos, unos pasos de baile, o los pasos de baile que daría un cuñao borracho en una bodorrio desfasado; Kuxe se marca su afamado “baile del robot”, con todos los demás jaleándole; Alex sale a la vez que el camarero del chiringuito, como si fueran los bailarines secundarios de un video de Janet Jackson; el Piñas se anima con un pasos que recuerdan a los años felices del break-dance, “es que este tiene mucha discoteca dentro”, me explica Cesar, “bueno, se puede decir que los Marea le sacamos de estar en el parking de una discoteca, con el capo levantado y el loro a tope. Ese era su futuro”, me explica Kutxi.

Pasadas las ocho chapan el chiringuito, hace rato que llovizna y ya ha caído la noche. El servicio de runner se acabó y nos volvemos en autobús público, en guagua, que le dicen aquí, en villavesa, que le llaman los navarros. La que se monta dentro en el camino de vuelta es deliciosamente antológica. Literalmente se arma una marimorena con esencia de efervescente excursión adolescente y el añadido de una señora y adulta borrachera. Rubén Darío, el experimentado backliner, al que he visto serio y concentrado en su trabajo estos días, desata el hooligan argentino que lleva dentro y canta a gritos, golpeando el techo del autobús y llamándonos putos y reputos, arrastrándonos sin remedio a su cántico desaforado: Escúchenlo, escúchenlo, escúchenlo, son lo más groso del rocanrol, son los Marea, la puta que los parió. Todos cantamos con él y le batimos las palmas, como hinchas futboleros, una y otra vez, una y otra vez, durante los veinticinco minutos que dura el trayecto.

Una vez en la ciudad, tras dividirnos en grupitos e ir buscando cada cual el bareto cercano y abierto que más se acomode a su ebriedad, Canet, Kutxi, Alén y yo acabamos en un karaoke semi vacío. Nunca había entrado en un garito de estos y le encuentro un aire decadente, de loser, sensación que contrasta con las de mis compañeros, que parecen encantados. Kutxi aprovecha el mini escenario libre para subir a cantar “Un barco llamado libertad”, de su idolatrado José Luis Perales, que se la clava, denotando que la ha cantado mil veces antes; no en vano, a veces en los conciertos entona a capela fragmentos de “Canción de otoño”, su favorita. Al bajar me vuelve a contar la anécdota que me habrá contado mil veces pero que yo le vuelvo a reír como si fuera la primera: en una ocasión tuvo la oportunidad de conocerle y se pasó el rato cantándole al oído sus propias canciones mientras José Luis suspiraba con cara de ”que alguien me quite a este pesado de aquí”. Unas cervezas después son Kutxi y Alén los que suben a cantar “Y no amanece”, de Los Secretos, rememorando los tiempos de hace tres décadas, cuando se conocieron y cantaban juntos en karaokes de Pamplona esta canción. Quizás sea este, con su mezcla de nostalgia, raíces, amistad y desparpajo, uno de los mejores momentos para definir la esencia de Marea.

A la mañana siguiente toca despedirnos. Nos da tiempo a desayunar y luego tengo que salir para el aeropuerto. Kutxi ha recordado el estribillo de la canción que Sabina le dedica a Ángel González, “Menos dos alas”, y me la canta: Cuando volvía del extranjero, tan forastero, a las dos no era de día, a las seis ya era de noche: “pídame un coche, fumando espero”. Y le aplaudían los camareros. Buscando una terracita cerca del hotel nos cruzamos con un gallego que estuvo anteanoche en el concierto y que le solicita una foto para enviársela a su mejor amigo, que es ultra fan de Marea. Ya en la barra, pidiendo los cafés y un par de bocatas, el camarero le mira fijamente y al fin le espeta: “Oye, tú eres el de… Los Suaves, ¿no? ¡Uy! ¡Perdona! No, ¿el de los Marea? ¿Podría hacerme una foto contigo?”.

Esperando el desayuno reímos la confusión: “me han echado muchas veces más edad de la que tengo, pero ya confundirme con Yosi…”. “Bueno”, respondo, “yo creo que te han visto un clásico. Vamos, que en el imaginario colectivo sois ya unos clásicos”. Y así retomamos la conversación sobre nuestros clásicos y hablamos de la jubilación de Rosendo, de los estados creativos de El Drogas, que ya anda maquinando nuevas ideas, y los del Robe, que tiene a punto su nuevo disco. También de Sabina, al que estuvo viendo en un reciente concierto en Iruña y del que comenta que le vio en mucha mejor forma que la vez anterior, lo cual nos parece a ambos milagroso. Tras el concierto estuvo un rato tomándola con su banda, a la que conoce de otras ocasiones: Pensaba yo que, al viajar tanto y por tantos sitios, sus conversaciones serían otras, no sé… Pero, que va, son un banda en gira y al final hablamos todas de lo mismo: de música, de las anécdotas y las gracietas de la gira… En fin, las mismas tontás”.

Marea en Canarias

Llegándonos a la puerta del hotel, donde nos despediremos hasta la próxima, que será en un par de semanas en Madrid, nos volvemos a cruzar con el gallego, que nos cuenta que ya le envió la foto a su amigo y nos enseña en su móvil un video de Tropa do Carallo tocando en el bareto de su pueblo hace unos días. “Tenían un festival cercano y les entramos para que al día siguiente tocase en nuestro pueblo y aceptó”, nos explica, “¡El Evaristo tocó en un bar para ciento veinte personas! ¡Qué crack!”. Y nos alejamos hablando de El Evas y de lo bien que se llevan él y Kutxi: “¿sabes? Me llama Paparotti…”. A los pocos metros le entra una chavala, casi balbuceando: “tú eres… eres…”, “sí, soy”, contesta. “¿Puedes mandarle un video a mi novio? Estuvimos anteayer viéndote, él es muy, muy fan… Nos vamos a casar… Perdona, es que estoy muy nerviosa…. Es que esto es muy fuerte…”. Y le mandamos un saludo al muchacho que acaba con un “¡Vivan los novios!”.

Nos abrazamos en la puerta del Silken Atlántida. “Despídeme de la banda, me los besas a todos, por favor. Me lo he pasado de la rehostia. Mil gracias, amigo”. Poco después cuelgo en redes una foto de los dos ayer en Las Teresitas que acompañado de unas palabras de agradecimiento: Enorme fin de semana canario: dejándome cuidar por quien sabe cuidarme, dejándome querer por quien saber quererme. Acumulo risas, besos, brindis y poesía para aguantar el invierno. Mi sana mezcla de amor y respeto hacia ellos es absoluta, ahora y siempre: que siga subiendo la Marea.

Por Kike Babas

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